La erupción marcó su piel, pero no les arrebató la esperanza

Recibieron tratamiento en el extranjero para curar las heridas que les causó la erupción del Volcán de Fuego, ahora están en su tierra para hacerle frente a la vida.

La familia sobrevivió, ahora lucha cada día para tratar de seguir con su vida y sobrevivir a las secuelas de la tragedia. (Foto Prensa Libre: Juan Diego González)

“Ya nada será igual, pero Dios no me desamparará”, dice María Fernanda Arana, una de las víctimas de la erupción del Volcán de Fuego. Su cuerpo fue alcanzado por el flujo piroclástico que descendió del coloso el pasado 3 de junio y fue llevada a Estados Unidos para su recuperación. No fue la única, otros niños también fueron tratados en Texas y ahora intentan continuar con su vida, tres meses después de la tragedia.

la se encontraba frente a su casa en San Miguel Los Lotes, en Escuintla. Una nube negra se veía a lo lejos, recuerda. De pronto, la gente comenzó a grita que la lava se acercaba. La joven comenzó a correr entre la multitud, pero la ceniza caliente la alcanzó. En segundos, todo se oscureció.

“No se veía nada. Quise aguantar la respiración, pero no pude y tragué ceniza. Perdí mis zapatos y tuve que caminar descalza entre palos y piedras; el suelo estaba caliente. Como tenía falda, me quemé las piernas, también los brazos. Me cubrí la cara con las manos, eso evitó que me quemara el rostro”, menciona María Fernanda sentada en la cama, donde pasa la mayor parte del tiempo pues le cuesta caminar.

Corrió durante 15 minutos o quizá menos, pero fueron eternos. La angustia y el temor que sentía la alejaron del dolor de las quemaduras que sufrió, solo cuando pudo sentirse a salvo vio que de su piel se desprendían unos “pellejitos”, pero no imaginó lo grave de su estado.  El 80 por ciento de su cuerpo fue alcanzado por las altas temperaturas.

La joven logró subir a un carro que la sacó de ese infierno y llevó al Hospital de Escuintla, allí fue sedada y no supo más. La trasladaron al Hospital Roosevelt, en la ciudad.

“Me dijeron que pasé tres días en la capital, pero no recuerdo. Luego me llevaron a Estados Unidos”, cuenta María Fernanda, a quien transportaron por vía aérea a The Shriners Hospital for Children, en Galveston, en Texas, donde especialistas en quemaduras infantiles la trataron durante tres meses.

Recibió cuidado intensivo, pasó por el quirófano varias veces donde le practicaron injertos en las piernas y brazos, recibió terapia física y psicológica. Pasó mucho tiempo con prendas de presión para reducir las cicatrices.

El 28 de agosto pasado regresó al país. La enviaron con tratamiento médico para seis meses, y al llegar tuvo su primera cita en el Hospital Roosevelt.

Su recuperación ha sido pausada. En los injertos se le han formado ampollas, y lavar las heridas se ha convertido en un martirio, al que se suma la comezón y el ardor constante en la piel. Al ver su estado confiesa que no puede evitar llorar; sin embargo, dice: “Dios nunca nos va a desamparar. Las bendiciones siempre van a venir”.

Por ahora María Fernanda vive en Jocotenango, Sacatepéquez, junto a varios miembros de su familia, pero la condición económica en que se encuentran les dificulta juntar para el alquiler de la casa donde habitan, que no se adecúa a las necesidades pues es pequeña, el patio es de tierra y carece ventilación suficiente. Además, ella necesita de una caminadora para poder ejercitar sus piernas, y apela a gente de buen corazón que los pueda ayudar. Cualquier donación puede hacerla por medio del grupo de voluntarios Salvando vida, al teléfono 4098-8879.

Un milagro

Darlyn, está por cumplir dos años. La niña también es víctima de la erupción y es familiar de María Fernanda. El 80 por ciento de su cuerpo fue dañado por la ceniza caliente.

La pequeña también fue llevada a Texas para recibir tratamiento. Su padre, Marlon García, no estaba en casa al momento de la tragedia en San Miguel Los Lotes. Cuando llegó a buscar a su familia el material piroclástico había cubierto su casa. A cada pasado que daba sentía la tierra caliente, continuar era imposible.

Tras horas de desesperación, llegó en la madrugada del 4 de junio al hospital de Escuintla, habían ingresado a Darlyn como xx, y luego trasladado al Roosevelt junto a otros familiares.

“Estaba toda vendada, salí llorando de allí, destrozado al ver su estado”, cuenta el padre. En ese momento supo que, por la gravedad de las heridas, la niña sería llevada a un hospital en Texas, y que él podía acompañarla.

Al llegar a The Shriners Hospital for Children, la pequeña fue tratada de inmediato. Le hicieron varios injertos en las piernas y brazos. A los cuatro días de la operación, Marlon ingresó a verla. “Le hablé, abrió los ojos y me dijo: ‘papi’, en ese momento sentí una gran alegría”, dice, con la mira cristalina.

Debido a los injertos, caminar no era sencillo para Darlyn, pero la terapia le permitió mover sus piernas de nuevo. Su recuperación física ha sido un milagro, dice el padre. Aunque el trauma que dejó la tragedia llevará más tiempo en sanar. Cualquier ruido que escucha la aterra, y le recuerda el día de la erupción, cuando pasó varios minutos sentada el suelo entre la nube negra, hasta que la rescataron.

La niña también regresó a Guatemala el 28 de agosto, y cada semana tiene cita en el Clínica de quemaduras infantiles, para que le revisen las heridas, en especial el brazo izquierdo, donde ha necesitado que lo inmovilicen con yeso para que sane sin problema. El traslado semanal y los insumos para las curaciones representa un gasto para Marlon, que no ha logrado tener trabajo fijo debido a que debe cuidarla.

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