El Teatro Municipal de Totonicapán, una joya de primer orden.
Concluido en 1922, pero inaugurado en 1924, este inmueble casi centenario es un ejemplo de la arquitectura de la época republicana.
Es un edificio singular. La lectura a partir de su valor arquitectónico da cuenta de una fusión de estilos. “Es un inmueble ecléctico con el predominio de elementos renacentistas y neoclásicos, pero con un rico aporte local, como la ornamentación sobre los arcos de las ventanas”, resalta el arquitecto Héctor Orlando Morales Dávila en la investigación Proyecto de restauración del Teatro Municipal de Totonicapán, con la que en el 2012 obtuvo la maestría en Restauración de monumentos y centros históricos.
Morales también formó parte del equipo del Instituto de Antropología e Historia que intervino la estructura a finales de la década de 1990. Dichos trabajos demoraron casi siete años y fueron concluidos en el 2003.
“Es un monumento muy valioso e histórico, por eso es obligación de todos los guatemaltecos hacer el esfuerzo por rescatarlo, ya que es un patrimonio de primer orden, una bella obra arquitectónica que lamentablemente es desconocida por muchos”, señala el restaurador y catedrático de la facultad de Arquitectura de la Universidad de San Carlos.
Historia
Durante la presidencia de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920) “la construcción de inmuebles alegóricos al arte se vio favorecida, debido a los gustos del dignatario de la nación”, menciona Elda Concepción Velásquez García en la tesis Proyecto restauración del teatro de Totonicapán, con la cual en 1981 se licenció como arquitecta.
“Hubo construcciones en toda la república, sobresaliendo los templos dedicados a Minerva y los teatros municipales, principalmente los de Quezaltenango y Totonicapán, ambos con detalles neoclásicos y características renacentistas”, añade.
Velásquez García resalta la posición del teatro “situado en la antigua plaza principal, limitada por el patrimonio colonial”, como la iglesia de San Miguel Arcángel Totonicapán. Agrega que el terremoto de 1976 arruinó el mercado municipal, por lo que tuvo que demolerse, pero que el teatro continuó en pie a pesar de los daños a su estructura.
“La construcción comenzó en 1911, cuando ejercía la alcaldía el licenciado Manuel R. Espada, encargándose de fomentar el interés en la ciudadanía para comenzar la obra. El lugar escogido estaba ocupado por el antiguo Teatro Guzmán o de San Isidro”, menciona Vásquez García.
Los primeros pasos en la planificación, agrega, “los preparó el señor José León Arriola, desarrollando los planos que fueron exhibidos en la municipalidad de aquellos tiempos. Al fallecer, la dirección de la construcción quedó a cargo de Manuel Trinidad Meza Argueta (1874–1922)”.
Más tarde, “en 1917 el proyecto fue suspendido por problemas económicos y posteriormente se retomó, culminándose el 30 de junio de 1924, cuando el alcalde de Totonicapán era Florencio Calderón, a quien se le atribuye la gestión de 208 sillas que se colocaron en la luneta y palco bajo, las mismas fueron importadas de Alemania”.
En el libro Mi Totonicapán querido, Óscar Humberto Meza Rosal reúne poemas de su autoría y dedica un capítulo a datos históricos de la sala. Su aporte es valioso porque su padre fue Meza Argueta.
“La obra empezó con toda satisfacción y entusiasmo de parte de las autoridades y del pueblo ansioso de cultura y, con gran júbilo, esta construcción se hizo muy pronto una hermosa realidad trabajando con gran ahínco y tesonera actividad durante una primera etapa que duró hasta 1917”, indica Meza Rosal, quien también anotó la precariedad de fondos, lo que detuvo los trabajos.
“La municipalidad de turno se vio obligada a suspender todo hasta nueva orden. Y fue hasta 1920 cuando, gracias a la gestión de Manuel R. Espada, quien nuevamente se hallaba al frente de la comuna, que se reiniciaron las labores y fue llamado urgentemente el arquitecto Meza Argueta, quien radicaba en la capital, para que se hiciera cargo de la delicada construcción, y fue así como en 1922 la joya arquitectónica fue terminada”, explica el poeta.
Miguel Antonio Vásquez Camey, director de la Casa de la Cultura de Totonicapán, comenta que hubo un lapso de dos años entre la finalización de la construcción y su inauguración, pues el recinto no tenía butacas. Al citar a Meza Rosal confirma la versión de que Calderón, con su propio dinero, amuebló la platea “quedando a costa de las subsiguientes municipalidades la adquisición del resto de mobiliario”.
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